sábado, 18 de noviembre de 2017

Hasta siempre, Papá

Prueba de la crisis que sigue teniendo este blog es que por primera vez se me ha pasado la fecha de su aniversario, que fue el pasado 10 de noviembre. Pero lamentablemente me veo obligado a escribir el post más triste de los 7 años de su vigencia. ¿Qué puede ser para mí peor que morir la madre de mi esposa? Pues, por ejemplo, morir mi padre. Un golpe fortísimo, que sabía que algún día podría llegar, pero como siempre uno piensa que los padres de uno son inmortales y van a estar durante toda nuestra vida. Por desgracia, no es así y en algún momento los tenemos que despedir. A veces más pronto que tarde, debido a que no todos nuestros padres nos tienen con 20 años. Cuando yo nací, mi padre tenía 42 años y ha fallecido a tan sólo 14 días de cumplir 79.

Mi padre ha fallecido víctima de una sepsis grave, una infección derivada de una operación quirúrgica para extirpar un tumor que ha derivado en un terrible fallo multiorgánico. Durante cerca de un mes ha estado sedado, al menos sin enterarse absolutamente de nada y sin sufrir. El sufrimiento lo hemos llevado nosotros, viendo como se debatía entre la vida y la muerte pero en todo caso con una enorme esperanza. Sólo en su primera operación pudo permanecer consciente durante unos días, pero luego vino la infección y varias cirugías más para tratar de impedir la infección y curarla. Pero ha sido imposible. El pasado miércoles 15 falleció en presencia de su mujer (mi madre), con la que ha estado casado 55 años, sus tres hijos y mi esposa. Su cuerpo no quiso apagarse hasta que todos estábamos junto y al menos su agonía final no fue demasiado duradera.

Me siento enormemente triste, aunque al mismo tiempo fuerte como para enfrentarme a esta ausencia con entereza. Es algo que tenía que pasar y de alguna manera nos llevábamos preparando durante varios meses. Por lo menos, en mi caso ya me temía lo peor y de hecho mi tesis iba a ser en un principio dedicada a él exclusivamente. No fue así, ya que al final decidí poner también a mi madre debido a que en algún momento ella tampoco estaría.

No he parado de imaginarme que de un momento a otro va a abrir la puerta de casa. Que en su huerto (que ha sido su vida sobre todo desde que se jubiló) va a seguir recogiendo uva y subiéndose a los árboles. Que voy a volver a escuchar el ruidillo característico de su coche. Que voy a escuchar su risa de bonachón... Pero no. Por desgracia lo he perdido para siempre. Lo hemos perdido. Le voy a echar muchísimo de menos. Pero de alguna manera sentimos que seguirá estando con nosotros. Entre nosotros. Dentro de nosotros.

No tengo más que agradecerle todo el amor que ha repartido entre su mujer, hijos, hermanos, sobrinos, nietos, hijos políticos, amigos, compañeros y muchísima gente. Siento un profundo dolor por su ausencia, pero al menos con el tiempo buena parte de ese escozor dejará paso a un enorme orgullo de haber sido su hijo. 

Ojalá pueda dedicarle la consecución del premio extraordinario de doctorado que solicité el día antes de su muerte. Se resolverá en diciembre. Si me lo dieran (somos cuatro aspirantes) podría tener un emotivo gesto en un acto público en la Universidad de Murcia. Si no, ya podrá ser en otra ocasión como superar las oposiciones de promoción interna al grupo A. Por lo menos, él ha podido estar presente en muchas ocasiones especiales como el premio nacional fin de carrera, mi boda, la toma de posesión como funcionario ó el cum laude en el doctorado. Pero también le ha quedado el conocer a algún nieto más. Ojalá pronto tengamos alguno y si es varón, recibirá sin duda su nombre.

Espero también que, si es verdad que existe un cielo, a quien primero haya visto fuese su padre. A quién perdió a la edad de 7 años.

Gracias por tanto, Papá. Te llevo y te llevaré siempre en mi corazón y te quiero con todo mi alma.


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